miércoles, 5 de abril de 2017

Así se consumó la censura militar del 5 de abril de 1992

Periodistas César Terán y Jorge Sandoval relataron como fue la intervención del diario La República

Publicado en La República, el 12 de abril de 1992

Noche de Rondas

Los relojes agotaban con su discurrir inexorable y rutinario las últimas sombras del domingo 5 de abril de 1992.
Se esfumaba con nuestra desesperanza, un fin de semana intrascendente, tedioso.
Nuestro Jefe de Redacción olfateaba con avidez profesional el mayor acontecimiento de la jornada.
En su rostro compulsivo, de pocos amigos, podíamos leer un reproche por no haber sido capaces de ofrecerle una noticia más impactante, más dramática, más trascendente.
"Alan García enjuicia diputado Fernando Olivera por 10 millones de dólares, acusándole de calumnina, perjuicios económicos, daños morales"... esa era la mejor información, no había más...
De pronto se filtra una nota de las esferas presidenciales: se esperaba un mensaje del presidente Fujimori, había que estar atentos ¡muy atentos!


La manía de atar cabos y relacionar acontecimientos puso en funcionamiento nuestra intrincada red de información: el Presidente había estado varias horas en el "Pentagonito" del Ministerio de Defensa: demasiado tiempo para tratarse de una visita común.
"Hay que reservar espacio para el mensaje del Presidente, seguramente endilgará más impuestos".
"Ponle las pilas a la gente de policiales, hay "movidas raras", que vigilen de cerca los ministerios de Defensa y del Interior, ojo con la Prefectura, con Palacio..."
10:00 p. m. Un camión color rojo con barandas estaciona justo frente a La República. Estaba lleno de soldados, aproximadamente unos 20.
Un capitán del Ejército (no tenía galones ni otro distintivo jerárquico) se identificó como de apellido León y pidió hablar con el director del diario porque tenía un asunto "muy urgente" que comunicar.
Según explicó por teléfono interno desde la portería, se había detectado que La República iba a sufrir un atentado y venían a dar protección al diario.
En la redacción la presencia de los militares provocó inquietud en los colegas. Todos preguntaban a qué se debía una visita tan inusual jamás acontecida desde que se fundó este diario.
Un "gracioso" reportero bromeó de repente: "¿Y si se trata de un golpe de Estado?"
10:25 p. m. El "capitán León" empezó a distribuir a todos los soldados. Unos se ubicaron frente al edificio, los demás se fueron posesionando en los diversos lugares estratégicos, en los diferentes pisos, hasta en la parte posterior. Se movilizaban tranquilamente, como en su casa.
A los pocos minutos el "capitán León" subió al segundo piso para hablar con los encargados de la edición y allí recién reveló cuál era el verdadero propósito de su presencia en la redacción.
¡Querían revisar la edición que estábamos preparando para el el lunes!
El informe causó desasosiego, un irreprimible desagrado en el diario y generó un movimiento característico de las grandes noticias.
Unos caminaban a grandes pasos por la redacción, otros hacían llamadas urgentes por teléfono...
La Historia estaba tocando otra vez las apasionadas puertas de estos labriegos de la palabra, o, para citar la expresión de Alejo Carpentier, de estos testigos cotidianos de su tiempo.
10:30 p. m. El Presidente de la República iniciaba su exposición por todos los canales de televisión.
A estas alturas las especulaciones ya le ganaban terreno a la ficción.
Nadie se atrevía a decirlo (tal vez ni siquiera a creerlo), pero se vislumbraba lo que se venía venir a medida que el Jefe de estado endurecía su lenguaje y lanzaba sus terribles dardos contra el Parlamento, la Corte Suprema, el Tribunal de Garantías Constitucionales, los Gobiernos Regionales.
Todo quedó claro como el agua y cortante como un certero golpe de sable cuando el presidente Fujimori anunció que disolvía el Congreso de la República.
Simultáneamente se detenía parlamentarios de diferentes partidos políticos y otros diarios y medios de comunicación eran copados por miembros del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea.
11.10 p. m. Nuestros teléfonos empezaron a repiquetear para anunciarnos que se había detenido a más parlamentarios o se había rodeado sus domicilios prohibiéndoles su salida.
El público también llamaba para solicitar información de lo que estaba pasando en el país. La mayoría expresaba su preocupación y condena por los hechos.
Periodistas de diferentes áreas y funcionarios de la empresa empezaron a llegar tras enterarse de que nuestro diario había sido ocupado por miembros del Ejército.
11:15 p. m. Casi todos los medios de comunicación importantes estaban ocupados por las Fuerzas Armadas. La penetración de los soldados a las redacciones había sido pacífica, con similar pretexto con que se ingresó a La República: el presunto atentado contra nuestra casa periodística.
11:30 p. m. La "plana mayor" del diario estaba confundida en una sola causa con los redactores, reporteros gráficos, diseñadores, correctores, técnicos en computación, conserjes, responsables de archivo: TODOS.
11:45 p. m. Se imparte la consigna: "Aquí no ha pasado nada, nuestro deber es informar y lo haremos con la misma pasión, la misma mística, y la misma entrega de todos los días".
12:18 a. m. La edición ya está casi concluida, lista para entrar en impresión. Solo hay un obstáculo inmenso: la censura.
12:30 a. m. Discusiones a puerta cerrada, llamadas telefónicas.
12:35 a. m. La hora se nos escapa. Escuchamos la voz de los responsables de la edición: Si quieren acallar nuestra voz, nuestro testimonio imparcial, que lo hagan: ¡esas páginas saldrán en blanco!".


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