miércoles, 5 de mayo de 2010

La romántica bohemia de Lucho Barrios

Recuerdos del más grande bolerista de América

Como todos los adolescentes de la década de los 60, yo aprendí a admirar y apreciar la enorme talla artística de ese gran cantor romántico de América que fue Lucho Barrios, escuchando entre suspiros Marabú y otros boleros que son eternos himnos de amor, desengaño, idilios rotos, juramentos y otros lances.

Ya en los 70, cuando estaba a cargo de las páginas de Espectáculos del desaparecido diario La Tercera, lo conocí personalmente en la redacción, cuando lo entrevisté entre máquinas de escribir, bromas y los “flashes” de la cámara de Leoncio Mariscal.

Recuerdo que el dibujante Luis Sayán Puente le hizo rápidamente una caricatura y se la obsequió.
-Aquí estoy más pintón, me has favorecido, la usaré en mi próximo disco- comentó el rey de los boleros.

Es que Lucho era un hombre muy sencillo, bonachón, siempre con la sonrisa a flor de labios y, eso sí, la finta verbal rapidísima, como que tenía mucha esquina, había nacido en el Callao y luego se hizo en los rincones criollazos de los Barrios Altos.



Esa tarde de la entrevista me pareció que estaba soñando, pocos años atrás, para mí era un ídolo, un héroe romántico rodeado de un aura mágica, difícil de identificarlo como un hombre común carente de celebridad.

Con sus discos 45RPM de acetato negro y un modesto tocadiscos, dábamos serenatas a las enamoradas con mis compañeros de secundaria, allá en las calles empedradas y añoradas de mi pueblo andino de Cajamarca.

Después trabamos amistad. Hoy que ha partido a la eternidad, en la imaginación veo nítido su rostro sonriente, escucho su voz y lo recuerdo en aquellas interminables madrugadas que compartimos muchas veces con Pedrito Otiniano, y una pléyade de guitarristas, cajoneros y cantantes criollos en el antiguo Centro Musical Unión, muy cerca de la Plaza Castilla.

Siempre deslumbró y fue un grande de la canción romántica, en el más modesto escenario de un barrio pobre de Lima, en un recóndito pueblito de provincias, en los coliseos y estadios que reunían multitudes.
Igual, su virtuosismo y su humildad brillaban nítidos en las más encumbradas “catedrales” del espectáculo de México, Chile, Ecuador y más allá en el legendario teatro Olimpia de París.


En Ecuador se hizo muy amigo de otro cantor de voz divina: Julio Jaramillo.

Además de sus incomparables bolerazos, Lucho deleitaba a los ecuatorianos cantando pasillos como los dioses. Por esa simbiosis artística que solamente se da entre los grandes, Jaramillo aprendió a cantar muy bien nuestros valses criollos.

Lucho Barrios, amigo, inolvidable contertulio de mi bohemia impenitente, contigo no caben distancias y menos despedidas. ¡Cómo decirte adiós si ya nunca podrás irte de mi corazón y del alma de tu pueblo! Solo déjame dar fe y testimonio del cariño profundo y entrañable que guardarán por siempre los públicos de tu amado Perú y de toda la América cobriza.